Las estadísticas nos dicen que entre el 5% y el 10% de los trabajadores que viven en sociedades desarrolladas son adictos al trabajo y que se trata de un problema que va a más.
La adicción al trabajo no está reconocida como enfermedad profesional, ni siquiera como enfermedad común, si bien es cierto que se vinculada a determinadas formas de estrés y de ciertos trastornos de la personalidad. Su etimología relaciona el trabajo con el alcoholismo.
Este concepto nace en 1968, aunque su popularidad llega en 1971 con el libro Confesiones de un workaholic de Wayne Oates, quien consideraba que los adictos al trabajo tienen una relación con éste como la que tienen los alcohólicos con la bebida: una necesidad continua e incontrolable de trabajar que termina afectando a la salud, al bienestar y a las relaciones con el entorno.
De esta forma la adicción al trabajo se define como la implicación excesiva de la persona en su actividad laboral, un irresistible impulso a trabajar constantemente y el abandono casi completo de actividades de ocio.
Los síntomas que podemos encontrarnos son una imperiosa necesidad de trabajar y cuando no lo hacen experimentan ansiedad, depresión o irritabilidad, considerar el trabajo el centro de su vida, dejando todo lo demás en un segundo plano, incluso familia y amigos.
Es habitual que siempre tengan trabajo pendiente que llevarse a casa y también los fines de semana, incluso en vacaciones el portátil puede ser el primer objeto que introduzcan en su equipaje para seguir trabajando.
En general un workaholic:
Realiza grandes esfuerzos por rendir al máximo y siempre trata de incrementar sus logros. No suele rechazar nuevos proyectos, clientes o responsabilidades laborales.
Suele trabajar más de 45 horas a la semana, la mayoría de los días, llevándose normalmente trabajo a casa.
Trabaja los fines de semana, cuando está de vacaciones o incluso cuando está enfermo, y si no puede trabajar se pone nervioso o irritable, es decir, manifiesta un trastorno compulsivo e involuntario a continuar trabajando.
Presenta un desinterés general por cualquier otra actividad que no sea la laboral. No sabe hablar de otra cosa que no sea trabajo y su hobbie es su trabajo.
Por supuesto, todo esto va a tener efectos y consecuencias para su salud física y también mental. Según la Organización Mundial de Salud (OMS), la adicción al trabajo puede conllevar a un trastorno mental y físico. Aunque se observa en ambos géneros, afecta en su mayor parte a varones entre 35 y 50 años, que desarrollan profesiones liberales o desempeñan mandos intermedios: ejecutivos, médicos, periodistas, abogados, políticos, etc. Centran su vida en el trabajo y no suelen tener conciencia del problema, pero su entorno familiar o social es el que va a sufrir las consecuencias.
La adicción al trabajo conlleva problemas similares a los que desencadenan otras adicciones: problemas en la interrelación con otras personas, dentro y fuera del trabajo, conflictos sociales y familiares. Paradójicamente puede desencadenar un bajo rendimiento laboral y por supuesto al ser personas muy perfeccionistas son fuente de problemas en el centro de trabajo.
Como consecuencia de esa adicción puede presentar síntomas como ansiedad, estrés, insomnio o alteraciones del sueño, depresión, problemas en las relaciones de pareja o familiares, tendencia al aislamiento social, incapacidad para relajarse, cansancio, irritabilidad, y problemas de salud como tensión muscular, alteraciones cardiovasculares, hipertensión, problemas gástricos, úlceras, etc. Por último, puede relacionarse también con un elevado consumo de alcohol, tabaco e incluso drogas.